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¿Cuándo se podrá visitar a los ancianos que viven en residencias de mayores?

fuente: www.okdiario.com

El Presidente del Gobierno ya ha anunciado el plan de la desescalada en España. Un plan que se compone de cuatro fases y con el que, si la evolución de la pandemia es favorable, alcanzaremos la «nueva normalidad» a finales de junio. Una de las medidas más esperadas por todos los ciudadanos es la de permitir las visitas a familiares y amigos en sus domicilios. Pero, ¿qué ocurre con los ancianos que viven en residencias de mayores?

Visitas a ancianos en el plan de desescalada

Teniendo en cuenta que los ancianos son el grupo de población más vulnerable a la Covid-19, las visitas a las residencias de ancianos tardarán en llegar. Lo harán en la fase 3, que será la última y empezará el 8 de junio. Aunque todavía no se han anunciado las medidas bajo las que se tendrán que hacer estas medidas, seguro que son muy restrictivas.

En cuanto a las visitas a familiares y amigos, se permitirán a partir del 11 de mayo, cuando comenzará la fase 1 en todos los puntos de la geografía española a excepción de Formentera, La Graciosa, La Gomera y el Hierro. En estas cuatro islas de Baleares y Canarias la fase 1 empezará el 4 de mayo.

Aquellos que sufran alguna enfermedad de carácter grave, así como los ancianos, no podrán recibir visitas una vez comience la fase 1, aunque vivan en su casa. Tendrán que esperar a la fase 3, como los ancianos que viven en residencias de mayores.

Los ancianos sí podrán salir a comprar y a pasear dentro de las franjas horarias establecidas por el Gobierno. Los mayores de 70 años y personas dependientes tienen permitido salir a pasear de 10:00 a 12:00 horas y de 19:00 a 20:00 horas.

¿Cuánto tiempo se tarda en desarrollar un medicamento?

Fuente: www.farmaindustria.es

El medicamento se ha convertido en el gran instrumento terapéutico de los sistemas sanitarios desarrollados por ser el arma más efectiva para combatir, paliar y curar enfermedades. Su uso está directamente relacionado con el aumento de la esperanza de vida: el 74% de este
aumento en los países desarrollados se debe directamente a los nuevos medicamentos.

La investigación de un fármaco y su llegada al paciente: proceso largo, complejo y costoso.

Es largo, porque se precisan entre 10 y 13 años para su desarrollo:

Es complejo, porque requiere la implicación de profesionales con un alto nivel científico y experiencia contrastada y porque sólo 1 de cada 10.000 compuestos llegan finalmente al mercado;

y es costoso, porque la inversión de las compañías es muy elevada: unos 2.500 millones de euros por medicamento.


Crear un nuevo medicamento, paso a paso

El descubrimiento de un nuevo fármaco comienza en el laboratorio, cuyos investigadores, previamente formados para tener un conocimiento profundo de una enfermedad, identificarán una diana específica (como puede ser el origen de una patología) y ésta será el objetivo al que se dirigirá la nueva molécula o fármaco que posteriormente se desarrollará.

Aquí pueden surgir los primeros obstáculos para el descubrimiento de un nuevo medicamento, porque a veces el ‘dardo’ (la molécula) o la diana no son los adecuados o el compuesto seleccionado finalmente no puede convertirse en un fármaco.

El siguiente paso, que, como el anterior, forma parte del proceso de la investigación, es la fase preclínica, que implica el ensayo del compuesto en organismos vivos y estudios sobre farmacología y toxicología, entre otros. Las compañías farmacéuticas necesitan entre 5 y 7 años para completar estas dos primeras etapas.

Una vez superados estos pasos previos comienza lo que se conoce como fase clínica y es cuando da comienzo el ensayo en el que, por primera vez, participarán personas –normalmente es el médico el que invita a un paciente a participar en el estudio-. Los ensayos clínicos son, en términos generales, estudios de investigación con voluntarios sanos o pacientes que prueban la seguridad y eficacia de un nuevo medicamento.

Son una pieza crítica en la innovación terapéutica y representan una oportunidad única para los pacientes (puesto que pueden tener acceso a un tratamiento en investigación que puede ser la última oportunidad para muchos), para los profesionales sanitarios (que participan de la
investigación más puntera) y para la calidad de la prestación sanitaria y del Sistema Nacional de Salud (puesto que todo ese conocimiento investigador se puede aplicar a la labor asistencial).

Esta fase final de la carrera de fondo que supone la I+D de fármacos consta de cuatro etapas:

– Fase I: sirve para probar la seguridad del medicamento en un pequeño grupo de voluntarios, tanto sanos como pacientes
– Fase II: evalúa la eficacia del compuesto contra una enfermedad concreta
– Fase III: emplea a un número mayor de sujetos para confirmar los resultados de las dos primeras fases
– Fase IV: analiza el comportamiento del nuevo medicamento ya en el mercado

El procedimiento administrativo para la aprobación de una nueva terapia también debe tenerse en cuenta al medir el tiempo que tarda un medicamento en estar disponible para los pacientes. De media, a los cinco años que puede durar la fase clínica habría que sumarle entre 12 y 18 meses para que las autoridades regulatorias aprueben su puesta en el mercado.

España, referencia internacional en ensayos clínicos

España es uno de los países representativos en la realización de ensayos clínicos. El hecho de haber sido el primer Estado miembro en tener una regulación (en vigor desde 2016) adaptada a las nuevas directrices europeas ha contribuido a lograrlo. Para muchas compañías nuestro país es una de las primeras opciones para realizar este tipo de estudios, sólo por detrás de potencias como Estados Unidos.

La preparación de los profesionales sanitarios, la reputación de los centros hospitalarios y la implicación de las asociaciones de pacientes son, junto con el apoyo de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps), otras de las palancas que han posicionado bien a España.

Es importante que entre pacientes, familiares, cuidadores e incluso profesionales sanitarios se conozca mejor el valor que tiene la investigación biomédica, en general, y la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos, en particular. Por este motivo, Farmaindustria lleva años comprometida con trasladar esta información y conocimiento a la sociedad en su conjunto, porque en la actualidad resulta especialmente relevante y necesaria.

El proyecto Acercando la ciencia a las escuelas, realizado en colaboración con hospitales y centros de investigación españoles y en el que estudiantes de bachillerato conocen en qué consiste el proceso de investigación de un medicamento, es un ejemplo de este compromiso.

Asimismo, la Academia Europea de Pacientes (Eupati) se ha implicado también de manera importante en la divulgación de la importancia de participar en los ensayos clínicos de nuevos medicamentos y en la formación de los propios pacientes para potenciar su participación, por lo que se ha convertido en una fuente de referencia para muchos colectivos de pacientes.

Un futuro marcado por la digitalización

¿Y cómo se presenta el futuro de la I+D de medicamentos? Pues, como se ha constatado en los últimos años, la investigación clínica es cada vez más compleja, por lo tanto, los diseños de los ensayos clínicos también se complican, se alargan los tiempos y aumentan los costes para poner un nuevo fármaco a disposición de médicos y pacientes.

El avance de la genómica y la proteómica funcional ha situado a la medicina en los últimos años a las puertas de un nuevo progreso: la medicina de precisión, que se caracteriza por el desarrollo de terapias moleculares, genéticas y celulares que se materializan en tratamientos específicos para pacientes concretos. Esta realidad implica un lógico aumento de los procesos de investigación y desarrollo de fármacos, que dilatan la espera para los pacientes.

Con este gran avance converge una revolución de la digitalización. Los nuevos instrumentos de inteligencia artificial, el manejo de tecnologías predictivas y el uso de datos procedentes del Big Data contribuirán a tomar decisiones más adecuadas durante las fases clínicas del desarrollo del medicamento, lo que aportará eficiencia al propio proceso y más seguridad para los pacientes.

Impacto psicológico del confinamiento en las personas con demencia.

Fuente: https://blogcrea.imserso.es
Autora: Rosa Redolat Iborra

En un momento en que frente a la pandemia originada por el coronavirus COVID19 nos enfrentamos a múltiples desafíos (a nivel socio-sanitario, económico y personal) es importante intentar entender cómo esta situación está afectando a la población de mayor edad y, especialmente, a las personas con demencia.

Los indicadores demográficos recogidos en el informe “Un perfil de las personas mayores en España 2020” muestran el claro envejecimiento de la población en nuestro país, con un 19,3 % de personas mayores de 65 años. Según datos del INE casi 5 millones de personas viven solas en España y de ellas más de 850.000 tienen 80 o más años. El coronavirus ha impactado en nuestra sociedad justo en el momento en que hay más gente aislada. La cuarentena puede exacerbar dicho sentimiento de soledad, al que pueden sumarse sentimientos de incertidumbre, desesperanza y tristeza. Aunque el coronavirus también afecta personas jóvenes, y los datos lo evidencian cada día más, los mayores parecen ser especialmente vulnerables por diferentes factores (pérdida de familiares o amigos, deficiencias sensoriales, soledad, menor acceso a la información, enfermedades crónicas, deterioro cognitivo…).

Muchas voces críticas argumentan que el posible beneficio de la cuarentena masiva debería contraponerse a su posible impacto tanto a nivel socio-económico (con el daño al tejido productivo y las consecuencias asociadas) como psicológico (se ha descrito en esta situación un incremento en los problemas de salud mental, estrés posttraumático, insomnio, e incluso aumento en el número de suicidios…).

En un artículo publicado el 26 de Febrero de 2020 en la revista médica “The Lancet” se revisaba la literatura acerca los posibles efectos de la cuarentena,resaltando la idea de que el autoaislamiento puede tener un notable impacto psicológico, al que se une la sensación de pérdida de libertad, la incertidumbre sobre lo que puede ocurrir, y la separación de nuestros seres queridos. Entre los factores que pueden modular el impacto de la cuarentena se destacan en esta revisión su duración (que va ser más larga de lo esperado), los estresores asociados, el miedo a la infección, el acceso a las necesidades básicas y las políticas de salud pública.

Ante esta situación, y dado que en este momento las alternativas son pocas, quizá debamos centrarnos en cómo minimizar los efectos del confinamiento. Parece absolutamente necesario que las personas mayores con demencia sigan con el periodo de aislamiento que sin duda va a interrumpir también su vida cotidiana. Podemos preguntarnos por qué resulta tan difícil para las personas con demencia cumplir con las condiciones que nos impone a todos el confinamiento. Algunas razones parecen más obvias y ya han sido apuntadas en diversas publicaciones (la alteración de las rutinas, menor contacto con familiares, falta de información sobre las medidas y recomendaciones adoptadas…)

Por otra parte, en general los pacientes con demencia tienen una edad avanzada y presentan muchas enfermedades crónicas que les hacen más vulnerables a posibles complicaciones causadas por la infección. Las personas con demencia observan cambios en la situación que les rodea que les resultan difíciles de entender y pueden captar también cambios emocionales en sus cuidadores y familiares.

El papel de los cuidadores es ahora más fundamental que nunca, proporcionando seguridad y confort a las personas que cuidan. Para paliar el efecto del confinamiento se han propuesto diferentes estrategias, destacando la importancia de mantenerse activo tanto a nivel cognitivo como físico.

A nivel cognitivo estimular el cerebro puede tener efectos positivos sobre el propio paciente y sus cuidadores, reduciendo el estrés y mejorando el estado emocional.

A nivel físico se plantea la necesidad de seguir activos, aún con las limitaciones que nos impone el no poder salir a la calle y tener que realizar las actividades en un entorno más limitado. La OMS añade además algunos consejos dirigidos a la población mayor teniendo en cuenta que los que están aislados o padecen algún tipo de deterioro cognitivo pueden estar todavía más estresados, ansiosos o agitados durante la cuarentena. Por ello se recomienda reforzar las redes de apoyo práctico y emocional involucrando a todos los miembros de la familia e implementando medidas que protejan a nuestros mayores del estrés psicológico.

En una carta publicada en la revista médica “The Lancet” el pasado 30 de Marzo de 2020 con el título “Dementia care during COVID-19” los autores enfatizan la idea de que ante la pandemia debemos poner en marcha todos los recursos posibles para evitar que quede comprometida la calidad de vida de las personas con demencia y de sus cuidadores y que se vean golpeados doblemente por la propia demencia y por el COVID19.

Se puede finalizar esta pequeña aportación con una mirada más positiva

Aunque la cuarentena va a ser un periodo duro y difícil para todos, especialmente para la población más vulnerable, también nos puede traer algún beneficio.

La psicóloga Elisa Epel sugiere que este periodo de confinamiento puede verse como una oportunidad para ser más amables con nosotros mismos y los que nos rodean, enfatizando los lazos personales. Debemos reconocer que la ansiedad es frecuente y en muchos casos compartida por lo que hay que potenciar el apoyo emocional.

Estas reflexiones nos obligan a poner en valor inestimable papel de los cuidadores y de todas aquellas personas que diariamente se ocupan de nuestros mayores en sus propias casas, centros de día, residencias y hospitales.

En definitiva, como se afirma en la reciente revisión en la revista “The Lancet” los efectos psicológicos de la cuarentena van a ser de amplio espectro, sustanciales y duraderos. Hay que tener en cuenta que existen pocos estudios sobre el confinamiento total de ciudades, o incluso países enteros, como está ocurriendo en la situación actual.

Si la cuarentena se considera inevitable, desde los poderes públicos deberían implementarse las medidas necesarias para minimizar su impacto en la población más vulnerable, incluyendo a las personas con demencia.

Y a nivel individual cada uno debería aportar soluciones desde su experiencia personal y profesional. Como afirmaba recientemente una cuidadora, debido a que estamos en una crisis sin precedentes “no disponemos de una hoja de ruta para esto” y será labor de todos enfrentarla del mejor modo posible.

¿Podrían haberse reducido las muertes por Covid en residencias de anciano con una microbiota sana?

Fuente: www.lavanguardia.com
Autor: Francisco Guarner, investigador Vall D`Hebron instituut de recerca (VHIR)

El director regional de la OMS para Europa, Hans Kluge, confirmó el 23 de abril que “hasta la mitad de los fallecidos en Europa por Covid-19 residían en centros de larga estancia para personas mayores”. El 17 de abril, investigadores de la Escuela de Economía de Londres habían publicado datos de Bélgica, Francia, Irlanda, Noruega, Italia, España y Portugal, y destacaban que entre el 33% y el 64% de las muertes atribuidas a Covid-19 en cada país corresponden a residentes de centros de tercera edad.

En España, un 35,8% de los muertos por Covid-19, con confirmación por PCR, son personas mayores que vivían en residencias, pero el porcentaje ascendería al 69% si se incluyeran también los casos con síntomas compatibles (sin confirmación diagnóstica por PCR).

La pandemia ha generado una mortalidad de 2 de cada 100 residentes en centros geriátricos durante un periodo de apenas 10 semanas, y puede considerarse devastadora. Lo más lamentable es el alto riesgo de evolución fatal. La confinación en una residencia de mayores multiplica dramáticamente por 70 la probabilidad de morir por Covid-19 (intervalo de confianza del 95% entre 68 y 72) en comparación con la confinación en casa.

Si la tasa de mortalidad por Covid-19 hubiera sido similar en los casi tres millones de mayores de 75 años que están confinados en sus casas, el cómputo estimado a 17 de abril hubiera alcanzado 62.355 víctimas sólo en esa franja de edad, muy por encima del total de 19.478 muertes registradas en esa fecha.

El fenómeno que precisa especial atención no es el plausible incremento de contagios dentro de las residencias sino el elevado índice de mortalidad entre los residentes.
No es un problema de España
, es un patrón común a todos los países con alta letalidad.

La infección por el coronavirus puede ser asintomática y es leve en la gran mayoría de los casos. La mortalidad sobreviene cuando hay una respuesta inflamatoria descontrolada y la neumonitis progresa tórpidamente a necrosis alveolar masiva, síndrome de distrés respiratorio, sepsis y fallo multiorgánico. El exceso de mortalidad en las residencias podría estar relacionado con una respuesta inflamatoria inapropiada a la infección por coronavirus.

La inmunosenescencia es un fenómeno progresivo asociado al envejecimiento que se caracteriza por exceso de inflamación mediada por citoquinas y pérdida de la capacidad de generar respuestas inmunitarias adaptativas frente a patógenos no conocidos con anterioridad. La inmunidad adaptativa esta mediada por linfocitos y es específica para eliminar selectivamente al patógeno con mínimo estrés inflamatorio.

Un ejemplo de inmunidad adaptativa es la inducida por vacunas que confieren protección especifica sin apenas componente inflamatorio. Al no poder recurrir a respuestas inmunitarias especificas frente a nuevos patógenos, la defensa en la inmunosenescencia consiste principalmente en desencadenar una cascada inflamatoria para intoxicar al patógeno intruso, pero se paga el precio de que la inflamación daña los tejidos propios. La respuesta no específica es perjudicial y además no siempre es efectiva.

El enfrentamiento a antígenos no conocidos previamente, como es el coronavirus, no es problemático en niños y adultos, pero en la inmunosenescencia puede conducir al fracaso.

La interacción con la microbiota intestinal juega un papel fundamental en el mantenimiento y equilibrio del sistema inmunitario a lo largo de la vida. Un estudio publicado en Nature en 2012 observó que la activación crónica de citoquinas inflamatorias propia de la inmunosenescencia está vinculada a pérdida de diversidad de la microbiota intestinal, y que está situación de inflamación persistente (‘inflammaging’) es significativamente más frecuente en personas mayores que viven en centros de larga estancia en comparación con los que viven en la comunidad.

El estudio incluyó datos y muestras de 178 personas con edad media de 78 años (rango de 65 a 102). La composición de la microbiota intestinal distinguía claramente a los que vivían en residencias de larga estancia de los de la comunidad y, ajustando por edad y género, los cambios en composición microbiana correlacionaban significativamente con agravamiento de parámetros de inflamación (proteína C reactiva, y las citoquinas TNF, IL-6 e IL-8 en plasma) y de fragilidad (presión arterial, exceso de peso, índice Charlson de comorbilidad, Barthel de discapacidad física, escala de independencia funcional, mini-mental test de Folstein, escala de depresión geriátrica, etc).

La dieta evaluada con cuestionarios de frecuencia de consumo de alimentos también discriminaba entre los grupos, con exceso de proteínas y grasa animal y déficit de vegetales y frutas en las residencias.
La pérdida de diversidad de microbiota intestinal podría atribuirse al patrón dietético y también al frecuente uso de antibióticos en las residencias.

Sobre la base de esa investigación, el perfil de la microbiota intestinal ofrecería posibilidades de identificar individuos en riesgo, que sufren un envejecimiento menos saludable, y de intervenir dietéticamente o farmacológicamente para recuperar un perfil adecuado.

Quizá las muertes en Europa podrían haberse reducido a la mitad con una microbiota intestinal sana en las residencias. Hoy no lo podemos afirmar ni descartar, es una cuestión abierta.

Expertos internacionales sugieren medidas para las personas con demencia ante la pandemia de COVID-19

Fuente: www.barcelonabeta.org

El Dr. José Luis Molinuevo, director del Programa de Prevención del Alzheimer del Barcelonaβeta Brain Research Center (BBRC), ha publicado una carta en The Lancet, junto a otros expertos internacionales en el campo de la demencia y la entidad Alzheimer’s Disease International, sugiriendo un conjunto de acciones para las personas afectadas por demencia, puesto que son especialmente vulnerables ante la pandemia provocada por el coronavirus.

En la carta han participado científicos de hospitales, universidades y centros de investigación de China, que advierten de los riesgos que ya han visto que pueden sufrir las personas con demencia, sus cuidadores y los trabajadores de este campo debido al coronavirus y las medidas de confinamiento. También explican las acciones que han tomado en el país asiático para minimizar el impacto de la pandemia de COVID-19 en este colectivo.

Los expertos afirman que las personas con demencia son más vulnerables a la infección por coronavirus, ya que tienen un acceso más limitado a información verídica sobre la pandemia y suelen tener dificultades para comprender el mensaje y recordar las medidas de seguridad que se deben tomar para evitar el contagio. A este riesgo añadido se le suman los problemas derivados de la soledad que puede producir el confinamiento, tanto en sus domicilios, como en las residencias, donde también se han parado las visitas a familiares y las actividades en grupo.

“Esta nueva situación puede provocar un incremento del estrés y los problemas conductuales de las personas con demencia”, aseguran los firmantes. Y en concreto, añaden, “el delirio causado por la hipoxia, que es una de las características clínicas de la COVID-19, podría complicar la presentación de la demencia, incrementando el sufrimiento de las personas que viven con esta enfermedad, el coste de los cuidados médicos, y la necesidad de apoyo adicional para estas personas”.

Al inicio de la pandemia en China, cinco organizaciones del país, de entre las que se encuentra la Sociedad China de Geriatría y Enfermedad de Alzheimer, lanzaron una serie de recomendaciones y mensajes clave sobre cómo proporcionar apoyo psicosocial a las personas con demencia y sus cuidadores, y crearon equipos multidisciplinares para proveerles atención gratuita. Unas medidas que, en palabras de los firmantes, minimizaron el complejo impacto de la COVID-19 en la demencia.

Además de estas medidas, los expertos también apuestan por crear guías para reducir el estrés, con técnicas como la relajación o la meditación, y por habilitar líneas telefónicas de apoyo a las personas con demencia y sus cuidadores. También recomiendan a las personas que tengan familiares con demencia que contacten con ellos más frecuentemente y presten ayuda al cuidador principal.

Actualmente, la demencia también es una pandemia, ya que afecta a más de 50 millones de personas en todo el mundo y cada 3 segundos se diagnostica un nuevo caso.

Demencia temprana para muchos pacientes de síndrome de Down

Fuente: noticiasdelaciencia.com

No hace muchos años, las personas con síndrome de Down raramente sobrevivían hasta una edad media. Muchos murieron jóvenes debido a problemas cardíacos asociados con la condición congénita. Hoy en día, los avances en el tratamiento les han permitido vivir más tiempo y de forma más saludable.

Pero estos avances también han revelado una característica de la enfermedad desconocida hasta ahora: un mayor riesgo de demencia y de la enfermedad de Alzheimer, y a edades más tempranas que las personas sin síndrome de Down. De hecho, las pruebas de las autopsias muestran que, a los 40 años, los cerebros de casi todos los adultos con síndrome de Down albergan signos de demencia.

Un estudio de 3.000 personas en Wisconsin (EE.UU.) mayores de 21 años con síndrome de Down, publicado en la revista JAMA Neurology por investigadores de la Universidad de Wisconsin-Madison, mostró que a la edad de 55 años, tres de cada cinco serán diagnosticados con la enfermedad de Alzheimer o una condición neurodegenerativa similar. Mientras tanto, las personas sin síndrome de Down rara vez son diagnosticadas con demencia antes de los 65 años.

“Soy entrenador en las Special Olympics y, en la comunidad, la gente no es consciente de esto. Aunque hay mucho apoyo y atención para la salud física de las personas con síndrome de Down, en este momento no estamos haciendo mucho por la memoria y la función cognitiva a medida que las personas envejecen”, dice el autor principal del estudio Eric Rubenstein, investigador posdoctoral del Centro UW-Madison Waisman. “Esperamos que estos cálculos a nivel poblacional aumenten la conciencia en la población con síndrome de Down”. Como investigadores y profesionales de la salud pública, los datos de prevalencia e incidencia nos muestran áreas en las que necesitamos invertir recursos en servicios, tratamiento e investigación”.

La investigación sobre la enfermedad de Alzheimer entre las personas con síndrome de Down también proporciona información sobre la demencia en la población en general, explica la autora principal Lauren Bishop, investigadora del Centro Waisman y profesora de la Escuela de Trabajo Social. Las personas con síndrome de Down poseen una copia extra del cromosoma 21, que es también donde se encuentra el gen precursor de la proteína amiloide. La proteína ha sido implicada en los cambios en el cerebro asociados con la enfermedad de Alzheimer.

Antes de este estudio, los investigadores habían registrado tasas más altas de enfermedad de Alzheimer en pacientes con síndrome de Down que participan en estudios clínicos, explica Bishop. Ella, Rubenstein y Sigan Hartley, coautor de la UW-Madison, buscaron entender mejor si las personas con síndrome de Down que no participan en estudios clínicos tienen tasas de demencia similares a las de los que sí lo hacen.

Dado que prácticamente todas las personas que nacen con síndrome de Down están inscritas en Medicaid, los investigadores recurrieron a los datos de reclamaciones proporcionados por el Departamento de Servicios de Salud de Wisconsin, que abarcan desde el 1 de enero de 2008 hasta el 31 de diciembre de 2018. Esto les permitió capturar a todas las personas del estado y buscar diagnósticos de demencia en personas menores de 40 años, entre 40 y 54 años, y 55 años o más.

“Las personas en Medicaid representan una población más diversa que la de los estudios realizados en las clínicas de investigación, ya que solo ciertas personas pueden entrar en ellas”, explica Bishop. Basándose en estudios previos, incluyendo los de las profesoras de enfermería de la UW-Madison Amy Kind y Andrea Gilmore-Bykovskyi, dice que, “tenemos razones para creer que la demencia podría funcionar de manera diferente en personas de menor nivel socioeconómico y entre poblaciones racialmente diversas”. Las disparidades llevan a mayores tasas de demencia”.

Y, añade Rubenstein, las personas que experimentan problemas de memoria también son más propensas a visitar una clínica que las que no lo son. Sin embargo, el estudio demostró que las poblaciones clínicas de personas con síndrome de Down y la población más amplia representada en los datos de Medicaid experimentan efectivamente una incidencia y prevalencia similar de la demencia. Los investigadores esperan que los datos de otros estados puedan arrojar resultados similares.

“Encontramos (entre los datos de las reclamaciones) que si se empezó sin demencia, con el paso del tiempo, la probabilidad de diagnóstico aumenta cada año”, dice Bishop. “Su probabilidad de tener cualquier demencia es del 61 por ciento a la edad de 55 años”.

Rubenstein añade: “Tener un número es muy importante para transmitir la importancia a los responsables políticos. Podemos decirles que a la edad de 55 años, tres de cada cinco personas con síndrome de Down tienen demencia. Es claro y permite actuar”.

La información también podría ayudar a las familias a planificar mejor la vida de sus seres queridos, por ejemplo, inscribiéndolos pronto en centros de atención de la memoria, y podría ayudar a las comunidades a apoyar mejor a las personas con síndrome de Down.

“Ya sea a través de los gestores de casos o de los hogares de grupos o de alguna ayuda para vivir o de los asesores de trabajo”, dice Bishop, “como sociedad necesitamos apoyar a las personas vulnerables”. Esto es especialmente importante para las personas con síndrome de Down a lo largo de su vida”.

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