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junio 2020
¿Habrá una segunda ola de COVID-19?
Fuente: theconversation.com
Si queremos ser breves, la respuesta es “no lo sabemos”. Aun así, nos podemos fijar en qué ha ocurrido en otras situaciones similares:
En el siglo pasado hubo tres pandemias de gripe. La de 1918 fue la más mortífera. Se desarrolló en tres oleadas: en primavera de 1918, en otoño de ese mismo año y en invierno de 1919. La realmente virulenta y mortal fue la segunda, en la que ocurrieron el 64 % de los fallecimientos. En realidad, la primera oleada fue la menos fuerte: solo fue responsable del 10 % de los muertes de aquella pandemia. En la segunda oleada, se han podido documentar cambios en el genoma del virus que podrían explicar que fuera más virulento.
En 1957 apareció un nuevo virus gripal que originó la “gripe asiática”, que cursó también en tres olas epidémicas: la primera en primavera-verano de 1957 y con una incidencia relativamente baja, la segunda a principios de 1958 y la tercera en invierno entre 1958 y 1959. La mortalidad fue más alta en las dos segundas olas.
Diez años después, en 1968, un nuevo virus de la gripe causó la denominada “gripe de Hong Kong” cuya difusión fue más lenta e irregular: comenzó en otoño-invierno en el hemisferio norte y le siguió una segunda ola el invierno siguiente con una mayor incidencia.
La última pandemia de gripe, la denominada “gripe A” de 2009-2010, no tuvo tanta incidencia y acabó teniendo el efecto de una gripe estacional. De hecho, este virus acabó adaptándose al ser humano y siendo una de las cepas que circulan desde entonces cada año. Como vemos, lo de las segundas y terceras olas más letales ha ocurrido con el virus de la gripe con anterioridad.
En el caso del SARS-CoV-2, la aparición de nuevas olas epidémicas dependerá del propio virus, de su capacidad de variación y adaptación al ser humano. De nuestra inmunidad, de si realmente estamos inmunizados y protegidos contra él. Y de nuestra capacidad de trasmitirlo y controlarlo.
¿Puede el virus hacerse más virulento como ocurrió con la gripe de 1918?
No lo sabemos. Pero, a diferencia de la gripe, el SARS-CoV-2 no es el campeón de la variabilidad. El virus de la gripe también tiene un genoma de ARN, pero son ocho pequeños fragmentos que se pueden mezclar con otros tipos de virus de gripe aviar o porcina, dando lugar a nuevos reagrupamientos. Su capacidad de mutación y de recombinación es mucho mayor, por eso las vacunas de la gripe hay que cambiarlas cada año y se originan virus pandémicos con más frecuencia.
Desde que comenzó el SARS-CoV-2 se han secuenciado y comparado los genomas de varios miles de aislamientos y ¡claro que el virus muta! Todos lo hacen, pero de momento, como esperábamos, éste parece mucho más estable que el de la gripe. Quizá sea porque tiene una proteína (nsp14-ExoN) que actúa como una enzima capaz de reparar los errores que pueden ocurrir durante la replicación del genoma.
Por lo tanto, aunque en este caso sigue siendo válida esa definición de virus como una “nube de mutantes”, el SARS-CoV-2 parece que de momento no acumula mutaciones que afecten a su virulencia.
Pero, además, en otras ocasiones se ha comprobado que los virus al “saltar” de una especie animal a otra, como en este caso, con el tiempo se van adaptando al nuevo hospedador y van disminuyendo su virulencia. O sea, que no siempre que un virus muta es para hacerse más virulento, sino generalmente lo contrario. De todas formas, habrá que seguir vigilándolo.
¿Estamos ya inmunizados contra este virus?
Para evitar la extensión de una epidemia hay que cortar la cadena de transmisión del virus. Esto se consigue cuando hay un número suficiente de individuos (por lo menos más del 60%) que están protegidos contra la infección, actúan como una barrera e impiden que el virus alcance a aquellos que todavía podrían contagiarse. Esto es lo que se denomina inmunidad de grupo y se consigue cuando la gente ha pasado la enfermedad o cuando se vacuna (que aún no existe).
Actualmente, no hay inmunidad de grupo contra este virus. En el estudio preliminar sobre seroprevalencia de la infección por el coronavirus SARS-CoV-2 en España, una de las conclusiones más importantes es que la prevalencia nacional se sitúa en el 5%: algunas comunidades presentaban prevalencias inferiores al 2%, mientras que otras superan el 10%. Estos datos se obtuvieron mediante la detección de los anticuerpos IgG anti SARS-CoV-2 mediante la técnica de inmunocromatografía, los test rápidos.
Lo que indican es que como mucho, en algunas zonas, no más del 10 % de la población ha tenido contacto con el virus. Estamos muy lejos de ese 60% o más, necesario para conseguir la inmunidad de grupo.
Pero todo esto es mucho más complejo de lo que parece. Todavía no sabemos si el tener anticuerpos contra el SARS-CoV-2, o sea, el haber dado positivo en los test serológicos, realmente te asegura que estés inmunizado frente al virus. No sabemos, a ciencia cierta, cuánto tiempo duran esos anticuerpos ni si son neutralizantes, si bloquean al virus y te protegen de una segunda infección. Tampoco tenemos datos de la inmunidad celular, esa otra parte de nuestro sistema de defensa que no depende de los anticuerpos sino de las células y que es muy importante para vencer las infecciones virales.
Es cierto que, en el caso de otros coronavirus, los anticuerpos duran unos meses o años y parece que tienen cierto efector protector, pero esto también puede depender de la persona (no en todas ocurre lo mismo). También es cierto que hay algunos ensayos con plasma de pacientes curados del coronavirus que está bloqueando al virus y tienen un efecto beneficioso en personas infectadas, lo que demostraría que esos anticuerpos son protectores.
En ensayos con macacos infectados con el virus se ha comprobado que sus anticuerpos sí les protegen frente a una segunda infección. Pero esto se ha hecho en macacos. También se ha sugerido que el haber tenido contacto previo con otros coronavirus, los que producen los catarros y resfriados comunes, podría tener cierto efecto protector contra el SARS-CoV-2. Esto de momento solo se ha demostrado en ensayos in vitro, pero podría explicar la gran cantidad de personas asintomáticas. En definitiva, la inmunidad de grupo sigue siendo un misterio.
Tres posibles escenarios
Teniendo todo esto en cuenta se han propuesto tres posibles modelos:
1) Una segunda ola mucho más intensa en invierno de 2020 seguida de olas más pequeñas a lo largo de 2021. Este escenario sería similar a las pandemias de gripe, pero este coronavirus no es una gripe, no tiene porque comportarse igual. Este escenario podría requerir volver a algún tipo de medidas de confinamiento más o menos intensas durante el otoño-invierno para evitar de nuevo el colapso del sistema sanitario.
2) Varias olas epidémicas durante un periodo de uno o dos años. Este primer pico epidémico que acabamos de sufrir estaría seguido de olas repetitivas que ocurrirían de forma consistente durante un par de años hasta desaparecer en algún momento en 2021-22. La frecuencia e intensidad de estos rebrotes dependería de las medidas de control de cada país.
3) Pequeños brotes sin un patrón claro de nuevas olas epidémicas. Esta primera ola estaría seguida de pequeños rebrotes que se irían apagando poco a poco, dependiendo también de las medidas de control y contención de cada país. Este escenario no requeriría volver a medidas tan drásticas de confinamiento, aunque el número de casos y de muertes podría continuar durante un tiempo.
No lo olvidemos: mucha gente, muy junta y moviéndose es lo mejor para el virus. Evitar aglomeraciones, distanciamiento entre personas, uso de mascarillas, higiene frecuente de manos, limpieza y desinfección (en ese orden), seguir las recomendaciones de Sanidad. Esto es lo que hay que exigir al ciudadano, no nos podemos relajar.
Por parte de las autoridades sanitarias: Hay que rastrear al virus. No podemos seguir, como hasta ahora, detrás del virus sino que hay que tomarle la delantera.
Hay que instaurar un sistema capaz de detectar a una persona infectada al menor síntoma, poder rastrear y obtener información de sus contactos, hacerles un seguimiento clínico y test de PCR y serológicos, y si es necesario aislarlos.
Detectar un brote y aislarlo. Esto requiere personal, equipamiento y sistemas de diagnóstico. Y hay que estar preparados para que el sistema sanitario no vuelva a colapsarse. Esto es en lo que hay que ocuparse ahora mismo, a lo que hay que dedicar todos los recursos, no en hacer test masivos a toda la población, para sacar “una foto fija” de la situación. Las decisiones tienen que ser por razones sanitarias, no políticas. Esto es lo que hay que exigir a nuestros gobiernos, tampoco pueden relajarse.
Si usted ha estado en contacto estrecho sin las medidas de precaución con alguien que haya tenido síntomas de COVID-19, a menos de 2 metros durante más de 15 minutos, debería aislarse durante 14 días, y debería exigir a las autoridades sanitarias que le hicieran los test a la persona con síntomas y a usted.
Puede haber una segunda o más olas, o puede que no. Ahora hemos apagado el incendio, pero no lo hemos extinguido, quedan rescoldos que pueden avivar el fuego. El relajamiento de las medidas de confinamiento no es porque hayamos vencido al virus, es porque también hay que salvar el medio de vida. Un confinamiento muy largo también puede causar muertes. No vamos a acabar con el virus, lo podemos esquivar. Podemos mitigar sus efectos.
No puede volver a ocurrir lo que ha pasado: esta vez sí que tenemos que proteger a los más débiles. Y eso depende de los ciudadanos y de los gobiernos.
La disfagia es una importante secuela a tratar en pacientes ingresados por COVID-19
Fuente: geriatricarea.com
La disfagia es una de las más frecuentes secuelas que el COVID-19 está causando en los pacientes, sobre todo en aquellos más graves y que han pasado más tiempo hospitalizados, tal y como advierten desde el Colegio Profesional de Logopedas de la Comunidad de Madrid (CPLCM).
Y es que, tal y como indica Marga Durán, logopeda del Hospital 12 de Octubre de Madrid y vocal del CPLCM, “más de la mitad de las personas con COVID-19 que han requerido intubaciones prolongadas para ventilación mecánica están presentando disfagia orofaríngea”. Según esta especialista, la intubación, sobre todo si es prolongada, puede producir disfunción en el aparato deglutorio que impida a la persona alimentarse de forma correcta y segura, debido a que no puede tragar con normalidad.
Además de la intubación, también hay otros factores que contribuyen a esta disfagia. La sedación es una ellas y también el que “estas personas llevan mucho tiempo sin comer, por lo que la musculatura ha perdido tono”, indica Marga Durán.
En este contexto, diagnosticar la disfagia en los pacientes que se están recuperando del COVID-19, y tratarla correctamente desde el principio, mejorará sensiblemente la calidad de vida de las personas y evitará futuras complicaciones importantes, como la malnutrición y la deshidratación, así como el riesgo de neumonía aspirativa.
Valorar a cada paciente para determinar su situación concreta
En algunos pacientes con COVID-19 que han sido desintubados, la disfagia revierte sola, y el paciente a los tres días o una semana recupera su capacidad deglutoria. Sin embargo, “hay casos en los que este problema para tragar de manera eficiente y segura persiste hasta seis meses. Y, entonces, es fundamental que el logopeda intervenga”, subraya la vocal del CPLCM.
E facilitar una deglución segura y eficaz.
En estos pacientes con disfagia, “es muy importante controlar la nutrición e hidratación”, especifica Marga Durán, y para ello, “al principio, si no es posible la alimentación oral, se opta por la alimentación parenteral para evitar problemas de nutrición, y se apoya con complementos nutritivos ricos en proteínas”. De manera progresiva, y conforme el paciente vaya recuperando sus funciones deglutorias, se irán introduciendo distintos alimentos, siguiendo las indicaciones del logopeda y el nutricionista. En lo que respecta a la hidratación, es clave vigilar los líquidos que ingiere la persona, que “deben ser agua con espesante o aguas gelificadas, nunca gelatinas”, advierte esta logopeda especialista en disfagia.
Al alta hospitalaria, el profesional de la logopedia también dará pautas a los pacientes y las familias y les informará sobre cómo empezar a comer, los alimentos recomendables y prohibidos, la postura a la hora de comer, etc.
En logopedia siempre es importante el apoyo de la familia para la mejoría de los pacientes, pero Marga Durán incide en que, en esta situación que estamos viviendo, es imprescindible la colaboración del principal cuidador del paciente, ya que “son nuestros ojos y nuestras manos en este momento que el paciente no puede recibir un tratamiento tan continuado”.
A pesar de ello, el logopeda continuará realizando seguimiento telefónico del paciente y estará disponible para resolver todas las dudas que el paciente o familiar tengan al respecto de la nutrición y alimentación del paciente. Marga Durán recomienda a los pacientes y familiares que tengan paciencia y sean optimistas porque la función se reestablece. Y también que sean constantes y respeten las pautas que los profesionales les hayan dado en rehabilitación.
Además de las pautas de intervención y las recomendaciones sobre la alimentación y las texturas apropiadas, el logopeda recomienda extremar la higiene oral en estos pacientes, ya que la saliva puede transportar gérmenes y pequeños restos que hayan quedado en la boca a los pulmones y causar neumonía. Por tanto, “el cuidado oral debe realizarse concienzudamente varias veces al día, insistiendo en los dientes, pero también en las encías, la lengua y el paladar”, recalca la vocal del CPLCM.
Científicos asocian la demencia y la COVID-19 con un gen defectuoso
Fuente: www.cambio16.com
Autora:Maria Rosales
El gen de la demencia aumenta el riesgo de padecer formas graves de la COVID-19. Se trata de un gen defectuoso que tienen las personas de ascendencia europea y además, aumenta el riesgo de padecer Alzheimer y enfermedad cardíaca.
Las conclusiones sobre el gen de la demencia y la COVID-19, pertenecen a los hallazgos de un estudio que llevaran a cabo investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Exeter en Reino Unido y la Universidad de Connecticut en los Estados Unidos.
Los investigadores analizaron datos del Biobanco del Reino Unido, encontrando un alto riesgo de infección por COVID-19 entre los participantes de ascendencia europea, que tienen el gen APOE (llamado e4e4).
El gen de la demencia
Una de cada 36 personas de ascendencia europea tiene dos copias del APOE e4e4, lo que duplica el riesgo de infectarse por COVID-19. El alto riesgo está incluso entre aquellas personas que no padecen ni Alzheimer ni enfermedades cardíacas.
El mismo equipo de investigadores ya había descubierto que las personas con demencia tenían tres veces más probabilidades de contraer formas graves de la infección por el SARS-CoV-2.
Aunque se cree que gran parte de la explicación de este fenómeno se encuentre en la alta prevalencia del virus en los hogares de cuidado, el estudio indica que también puede haber un importante componente genético.
Los portadores del genotipo APOE e4e4 tienen dos veces más probabilidades de riesgo de desarrollar formas graves de COVID-19 en comparación con las perosnas que tienen la forma común del gen APOE e3e3.
Para el análisis, se utilizaron los datos genéticos y de salud de 500.000 personas. Los resultados arrojaron que el 2,36% de los participantes (9.022 personas) con ascendencia europea (382.188 participantes) tenían el gen defectuoso.
Entretanto, 5,13% (37 personas) de los que eran positivos en la infección por la COVID-19 (721 pacientes) contaba con esta variante genética. Por lo tanto, los resultados sugieren que el riesgo se duplica con respecto a quienes portan el gen e3e3. Es decir, si se toman 100.000 pacientes con la COVID-19 estarán infectados 410 portadores del gen e4e4 frente a 179 portadores del gen e3e3 entre 100.000 pacientes con el nuevo coronavirus.
La doctora Chia Ling-Kuo, de la Universidad de Connecticut, señala que es un “resultado emocionante”, porque en primer lugar se podría determinar la forma como este gen defectuoso influye en la vulnerabilidad hacia la COVID-19. Y en segundo lugar, abriría nuevas vías que conduzcan hacia un tratamiento.
Causa biológica
Por otro lado, se trata de un hallazgo importante, porque muestra que el aumento en el riesgo de enfermedades que parecen inevitables en la vejez pueden ser causadas por diferencias biológicas específicas.
Un paso más en la compresión de por qué hay personas fuertes y activas hasta los 100 años o más y personas que a los 60 años mueren o quedan discapacitadas.
El estudio sugiere que el alto riesgo de desarrollar la COVID-19 no solo está asociado a la demencia -como señalan otras investigaciones-, la edad avanzada, la fragilidad y la alta exposición al virus en los hogares de cuidado, sino que la causa puede estar en un cambio genético subyacente que aumenta el riesgo tanto de COVID-19 como de demencia.
“APOE e4 genotipo predice COVID-19 grave en la cooperación comunitaria del Biobanco del Reino Unido” es un estudio que se publicó en The Journals of Gerontology, unas de las primeras revistas dedicada al envejecimiento en los Estados Unidos.
La enfermedad de Huntington se podría detectar años antes de los primeros síntomas
Fuente: www.webconsultas.com
Autora: Eva Salabert
24 años antes de que aparezcan los primeros síntomas del Huntington los portadores de la mutación genética que causa la enfermedad tienen niveles altos de NfL en el líquido cefalorraquídeo, lo que puede ayudar a su detección precoz.
La enfermedad de Huntington provoca cambios en el cerebro que se pueden empezar a detectar 24 años antes de que el paciente manifieste los primeros síntomas clínicos, según ha descubierto una investigación dirigida por el University College de Londres (UCL) y que se ha publicado en The Lancet Neurology. Estos hallazgos, según los autores del trabajo, podrían contribuir con los ensayos clínicos para establecer cuál es el momento óptimo para iniciar el tratamiento de la enfermedad.
Una mutación genética responsable de la progresiva destrucción de neuronas cerebrales es la causa del Huntington, una enfermedad que por lo general se desarrolla en la edad adulta y provoca síntomas motores –caracterizados por movimientos involuntarios anormales– síntomas psiquiátricos y demencia. Los enfermos suelen fallecer en los 20 años posteriores al comienzo de los síntomas y actualmente no existen terapias efectivas para curar la enfermedad ni para frenar su progresión.
Tratar a los pacientes antes de que dicha alteración genética haya provocado un deterioro funcional es el objetivo de los investigadores, pero hasta ahora no se había podido determinar cuándo aparecen los primeros signos de daño, pero con una prueba genética que revele la susceptibilidad de Huntington los científicos cuentan con una oportunidad única para estudiar esta patología antes de que aparezcan sus síntomas.
Administrar un fármaco efectivo en el momento adecuado podría prevenir o retrasar la neurodegeneración que provoca el Huntington
Tal y como ha explicado la profesora Sarah Tabrizi, del Centro de Enfermedades de Huntington de la UCL, del Instituto de Neurología Queen Square del UCL y directora de esta investigación, el objetivo sería administrar un fármaco efectivo en el momento adecuado para controlar la enfermedad, para prevenir o retrasar la neurodegeneración que provoca el Huntington mientras la función permanezca intacta, para que los individuos que porten los genes predisponentes puedan vivir mucho más años sin sufrir un deterioro.
Los investigadores reclutaron a 64 personas con la mutación y a 67 sin la misma, que actuaron como grupo de control para establecer la comparación. A todos ellos se les sometió a una gran cantidad de pruebas, incluidas pruebas de pensamiento, comportamiento, escáneres cerebrales y proteínas en el líquido cefalorraquídeo.
En los portadores de mutaciones, según su edad y una prueba genética, una media de 24 años antes de la aparición de la enfermedad no mostraron cambios en el pensamiento, el comportamiento o los movimientos involuntarios que caracterizan habitualmente al Huntington, y hubo muy pocos signos de cambios en el escáner cerebral, pero se detectó un sutil incremento en el líquido cefalorraquídeo de una proteína neuronal llamada luz de neurolamento (NfL), que con frecuencia es el producto de células nerviosas dañadas.
Los valores de la proteína NfL predicen la aparición de Huntington
El 47% de los portadores de la mutación tenían valores de NfL en su líquido cefalorraquídeo por encima de los que se encontraron en el grupo de control 24 años antes de la aparición de la enfermedad, lo que sugiere que los autores del estudio han identificado un punto clave en el que comienzan a producirse los cambios en el cerebro. Los valores de NfL pueden por lo tanto predecir el momento en el que aparece el Huntington. Los hallazgos han sido confirmados por el empleo de datos para modelar las trayectorias previstas.
Paul Zeun, del Centro de Investigación de Enfermedades de Huntington de UCL y coautor del trabajo, ha señalado que han encontrado los que podrían constituir los primeros cambios asociados con el desarrollo de Huntingon, y que esta medida se podría utilizar para analizar y monitorear la eficacia de futuras terapias en las personas que porten los genes alterados y aún no manifiesten síntomas.
En otras investigaciones se había comprobado que algunos síntomas de esta enfermedad como los déficits cognitivos, motores y neuropsiquiátricos leves pueden empezar a manifestarse entre 10 y 15 años antes del comienzo de la patología, ha afirmado la doctora Rachael Scahill, del Centro de Investigación de Enfermedades de Huntington de la UCL, y coautora del estudio.
La experta ha añadido que creen que empezar a tratar a estas personas justo antes de que se produzcan cambios en el cerebro podría ser lo ideal, aunque también advierte que puede producirse una compensación compleja entre los beneficios de retrasar el Huntington en ese momento y cualquier efecto adverso del tratamiento a largo plazo.
La profesora Tabrizi dirigió el primer ensayo ensayo de seguridad humana –que finalizó en 2017– de un medicamento que se desarrolló para disminuir los niveles de la proteína huntingtina en el sistema nervioso, y que redujo eficazmente los niveles de la proteína tóxica de la cazatina en los participantes. Ella es ahora una de las principales investigadoras que participan en un importante ensayo clínico global en fase III, en el que se comprueban la seguridad a largo plazo y la eficacia clínica del fármaco, y si es capaz de ralentizar la progresión de la enfermedad.
Alumnos del Conservatorio utilizan la música como terapia contra el alzhéimer
Fuente: www.hoy.es
Autora: M.Ángeles Morcillo. Mérida.
Si ya de por si el alzhéimer es una terrible enfermedad que roba al que la padece, no solo los recuerdos sino la esencia de lo que es, la situación se complica mucho más en estos momentos. El confinamiento provoca que se alejen mucho más de la realidad y hace mucho más difícil que entiendan lo que pasa.
Para ayudar a que los que padecen esta enfermedad lleven mejor esta situación, el Conservatorio de Música de Mérida se ha propuesto ofrecerles una actividad a través de la Neuropsicología de la Música.
Una asignatura que se imparte en el centro musical desde hace varios años gracias a la iniciativa de su profesora, Silvia Núñez. Con sus enseñanzas y contenidos ha enganchado a un buen número de alumnos para que la cursen y puedan aplicarla a situaciones de la vida cotidiana.
La profesora Silvia Núñez asegura que son numerosos los beneficios que esta actividad les reporta a ambas partes
Precisamente eso es lo que han hecho tanto Silvia como algunos de sus alumnos a través de videoconferencias con familias que tienen enfermos de alzhéimer y que pertenecen a AFAM, la Asociación de Familiares y Enfermos de alzhéimer y otras demencias de Mérida.
Sesiones diarias de ritmo, con cuatro de estos alumnos, que incluyen sonidos musicales que emite, por ejemplo, un piano, y que hace que estas personas puedan incluso reproducirlos.
Una iniciativa que ya se realizó el año pasado y que como tuvo tan buenos resultados se decidió repetir. Aunque con el confinamiento se tiene que hacer de forma telemática. «Hay personas que se han tenido que quedar fuera porque no tienen medios», dice Silvia lamentándolo mucho.
Está sobradamente demostrado que la música influye en las áreas de atención, en las áreas de atención sostenidas, que, son las que hay que estimular. «Con ello conseguimos ese despertar, una estimulación, la psicomotricidad y la memoria a corto plazo. Notamos también menos desorientación y lo más importante es que los enfermos están muy contentos. Tener esa vinculación con personas jóvenes les despierta ternura y complicidad».
Al mismo tiempo, a los jóvenes también les reporta muchas cosas buenas. «De alguna manera, esta actividad da sentido a toda la teoría que han estudiado. Da un sentido práctico a todo lo que han dado», indica Silvia.
En la actualidad son en total siete alumnos. Unos desarrollarán estas prácticas con enfermos de alzhéimer. Otros las comenzarán con Neurorredes, es decir, con personas con alguna discapacidad.
Actividad intergeneracional
María Jesús García, psicóloga de AFAM cree ciegamente en el proyecto de Silvia, con la que colabora desde el principio del mismo.
Indica que esta actividad reporta múltiples efectos beneficiosos para estos enfermos. Además de poder seguir el ritmo de los sonidos con el cuerpo y las extremidades, estas personas consiguen sacar al exterior emociones positivas, logran controlar conductas desadaptativas como la agresividad o el nerviosismo e interactúan con otras personas. «Además, potencia mucho la comunicación en el caso de los enfermos que se encuentran ya en una fase moderada avanzada en la que han perdido ya todo contacto con su entorno y con la realidad. Es una manera de que ellos mantengan el contacto con su cuidador u otras personas», dice María Jesús.
Al ser una actividad que se realiza con chicos jóvenes es intergeneracional. Esto tiene muchos beneficios a la hora de potenciar muchas funciones cognitivas en personas con esta enfermedad. «Son pequeños logros para ellos pero grandes avances para sus familiares y cuidadores», insisten desde AFAM.
Silvia por su parte, también resalta la importancia que tiene cursar una asignatura de estas características en un conservatorio de música, ya que forma a los músicos de forma completa. «Se forma al alumno de manera artística y de manera profesional, para poder ser un futuro profesor de música de un conservatorio o un concertista. Se forma a un futuro profesor para que pueda entender cómo funciona el cerebro. Al mismo tiempo convierte a la persona en mucho más empática con la nueva realidad de las personas que sufren enfermedades neurodegenerativas, que cada vez son más habituales en personas de avanzada edad».
Los efectos que tiene la música en las personas son terapéuticos. Pero además son infinitos. Todavía queda mucho por descubrir en este campo. En ello trabaja duro desde hace varios años Silvia.
La SEGG propone un modelo de coordinación de la Geriatría hospitalaria y la residencial
Fuente: www.entremayores.es
Los geriatras han analizado su papel, fallos en el sistema y posibilidades de mejora tras la epidemia dela Covid-19
La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) ha remitido un documento a las autoridades sanitarias de Madrid en el que define las pautas para una coordinación de la Geriatría Hospitalaria con el medio residencial, una vez analizada la situación de los servicios de Geriatría en la pandemia de la Covid-19.
El documento elaborado por la SEGG define el papel de la Geriatría Hospitalaria en la coordinación con el medio residencial como fundamental porque aporta calidad a la asistencia mejorando la vida de las personas que viven en residencia y contribuye a mejorar la gestión de recursos. “Dada la enorme heterogeneidad del mundo residencial y la gran variabilidad de la dotación de los servicios de Geriatría en los hospitales, para hacer un plan de coordinación con residencias debemos tener en cuenta, tanto las características de las residencias, como las de los servicios de Geriatría: el número de residencias a coordinar existiendo una gran variabilidad entre áreas (entre 10 y 60); el número de residentes en cada residencia (entre 30 y 400); la dotación de personal asistencial al cargo de las residencias (Médico cualificado 24h x 7 días o unas pocas horas a la semana); la dotación de personal de los Servicios de Geriatría del hospital (entre 2 y 12 Geriatras); y la dotación de recursos asistenciales del Servicio de Geriatría (presencia o no de camas de agudos, consulta externa, etcétera).
Objetivos de la coordinación
El objetivo general de la coordinación es optimizar la atención sanitaria al anciano institucionalizado mediante una adecuada utilización de los recursos disponibles en la residencia, atención primaria, especializada y hospitalaria, facilitando la comunicación de las residencias del área con el hospital, con el fin de obtener una mejor calidad de vida de los residentes.
La propuesta de la SEGG detalla los objetivos asistenciales que son adecuar las derivaciones al servicio de urgencias desde la residencia, optimizar el número de pacientes que regresan a la residencia desde el servicio de Urgencias en menos de 48 horas, optimizar el porcentaje de ingresos hospitalarios de los pacientes remitidos a urgencias desde la residencia, disminuir la estancia media hospitalaria de los pacientes ingresados, facilitando el regreso a su residencia lo antes posible, racionalizar el número de derivaciones desde la residencia a centros especialidades, evitando duplicidad de consultas, ofrecer consultas unificadoras en Geriatría evitando que el paciente sea visto por múltiples especialistas, provisión de medicación de uso hospitalario, cuando proceda, y facilitación de trámites burocráticos: colocación de gastrostomía, gestión de consulta preferente con otros especialistas, gestión de pruebas diagnósticas, etcétera.
Plantea, también, objetivos docentes como facilitar la formación y actualización del personal de la residencia mediante programas docentes específicos dirigidos a grupos de residencias, en el propio hospital o en las residencias; facilitar estancias formativas y rotaciones del personal de la residencia en diferentes niveles asistenciales de los servicios de Geriatría; protocolizar el manejo de las patologías más prevalentes y síndromes geriátricos: ICC, EPOC, caídas, cuadro confusional agudo o desnutrición.
Recursos
La propuesta define, en cuanto a recursos, que el equipo básico debe estar compuesto por un Médico Geriatra y una Enfermera consultora con formación en Geriatría. Además, puede contemplarse la colaboración de otros profesionales (Trabajo Social, Medicina Física, etc).
“Consideramos que las necesidades que se han puesto de manifiesto durante la pandemia no son un buen punto de partida para dimensionar las necesidades reales fuera de la crisis puesto que algunas de ellas deben ser corregidas”, recoge el documento.
La SEGG ha considerado oportuno elaborar esta propuesta tras escuchar a los geriatras porque la pandemia por Covid-19 ha sido especialmente agresiva con la población mayor y está teniendo unos efectos devastadores en las personas mayores más vulnerables, aquellas que viven en residencias. La necesidad de actuar de forma urgente para intentar controlar la pandemia y dar asistencia a las personas mayores que viven en residencia, ha puesto de manifiesto, de forma evidente, las múltiples y serias carencias de las que adolece el sistema. Estas carencias eran conocidas desde hace años, pero su abordaje era un tema eternamente pospuesto. Ahora, en situación de crisis y emergencia, se han hecho más patentes y hacen inaplazable la búsqueda de soluciones reales e inmediatas.
En este sentido, “desde la sociedad nos sentimos interpelados y nos planteamos cuál es el papel de la Geriatría en la mejora de la asistencia sanitaria de las personas mayores que viven en el medio residencial. Pensamos que, antes de pasar a concretar el papel de la Geriatría en la coordinación con residencias, son necesarias unas reflexiones sobre el planteamiento de fondo”.
“El lugar que le corresponde a la Geriatría es prioritariamente el hospital y ese es el lugar en el que hay que reforzar la atención geriátrica. Es en la actividad asistencial en el hospital (Unidad de Agudos, Unidad de Ortogeriatría y Unidades de Recuperación Funcional) donde la Geriatría ha demostrado mayor beneficio clínico y en términos de gestión. Sin duda los geriatras tenemos un papel relevante en la coordinación asistencial con Atención Primaria y con las residencias de personas mayores, pero es importante subrayar que el papel es de coordinación, no de sustitución”, destacan.
“Los geriatras no somos ni debemos ser tutores ni supervisores de los Médicos de Familia ni de los Médicos de las residencias”, añaden.
Además, insisten en que “las residencias no son entidades homogéneas: ni en el número de residentes, ni en su titularidad (públicas, privadas, públicas de gestión privada), ni en sus recursos materiales y humanos ni en la atención sanitaria que pueden dispensar. Por tanto, el primer requisito para plantear un modelo de coordinación con residencias solvente, como ya se planteó en el Plan Estratégico de Geriatría 2011-2015, es la realización de una categorización o clasificación de las residencias”.
“El modelo residencial actual tiene muchos déficits. Habrá que conocerlos, analizarlos y abordarlos”, concluyen. Es imprescindible, para ello, “conocer y mejorar la dotación de personal sanitario en residencias de acuerdo al porcentaje de residentes con discapacidad y/o demencia; mejorar la formación del personal sanitario de residencias; evaluar los criterios para dar licencia de apertura a residencias y el funcionamiento de las inspecciones, los criterios utilizados y su frecuencia; y definir competencias especialmente en las residencias de titularidad privada y públicas de gestión privada para que un trabajo de coordinación y colaboración con Geriatría hospitalaria no se acompañe de una reducción del personal sanitario contratado por la residencia.
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